Maratón, historia de vida

Nota previa

Permítanme una licencia los lectores del blog: introducir mi primera participación en este foro con una nota previa, desconectada de la propia historia en la que a continuación me detendré.

Tengo la difícil tarea de cerrar el círculo de intervenciones de quiénes impulsamos esta iniciativa que es El Calzador. Y, no me equivoco al calificarla de difícil tarea a la vista de la calidad y del nivel de las aportaciones de quiénes me han precedido, circunstancia que, irremediablemente, me coloca en una posición nada fácil: la lógica comparación.

Bien pudiera parecer el objeto de este torpe preliminar el de “ponerse la tirita antes que la herida”, por aquello de no cumplir las expectativas (que también). Pero obviando lo anterior, su razón de ser no es tan tramposa, sino simplemente subrayar algo que el sufrido lector puede haber apreciado y valorado ya a estas alturas: nace un proyecto colectivo de los que las redes sociales y el sentimiento de sociedad civil, hace posible; una novedosa iniciativa que hace sociedad civil entendida como impulso de ideas, y proyectos, sin pretensiones, sin ínfulas ni pompa innecesaria, y desde el sencillo gusto por contar y compartir historias y experiencias de todo tipo y condición. Ahora sólo queda ver su recorrido, por falta de ganas de quiénes lo impulsan no será, se lo garantizo. Invitados quedáis a participar y disfrutarlo.

Maratón, historia de vida

Quién les escribe piensa que la vida es una sucesión de retos, grandes o pequeños, da igual su tamaño o magnitud. Son los retos los que nos hacen superarnos, crecer y evolucionar constantemente a nivel personal y profesional, de tal forma que la capacidad de desarrollo personal de uno mismo guarda directa relación con la de enfrentarse a nuevos retos.

Y, es en este extenso ámbito de los retos dónde el Maratón en su versión popular debe entenderse y valorarse en su justa medida.

No es tarea sencilla explicar a quiénes no lo han sufrido en sus carnes, a quiénes no lo han experimentado, el profundo placer y gozo -de espíritu fundamentalmente- que cruzar extenuado y dolorido la línea de meta de un Maratón permite paladear; y no puede hacerse porque es de esa categoría de sensaciones que son sencillamente inexplicables, sólo pueden ser vividas. Merecen ser vividas.

Poco podía imaginarse Filípides, si tomamos dentro de las diferentes versiones del origen histórico de la mítica distancia la más legendaria y no necesariamente la más rigurosa –esto daría para otro post-, al caer muerto tras su esfuerzo de 35 kilómetros, y no los 42.195 actuales, para anunciar en Atenas la victoria sobre los persas y evitar así el suicidio de las mujeres y niños de la polis, que la Maratón popular se convertiría en la actualidad en un auténtico modo de vida.

En mi caso, si me permiten acudir al socorrido recurso de la experiencia personal, atajo tentador para quiénes no hemos sido agraciados con pluma fácil, el Maratón llegó, sencillamente porque tenía que llegar. Teníamos una cita, era una cuestión de tiempo y de que uno y otro cuadrásemos agendas.

Muy probablemente tendrá que ver lo anterior con el recuerdo idealizado de infancia de apresuradas idas y venidas por Madrid con mi madre, en calurosos o lluviosos días de abril para “avituallar” a mi padre con chocolate, plátanos y agua en el Maratón de Madrid; o no, es difícil saberlo. El caso es que nos teníamos ganas.

Y, como todo llega, debuto en el año 2010, en Madrid, en un soleado día de abril, que acabó con estrepitoso fracaso deportivo, pero con un triunfo personal que utilizo muy a menudo para reconfortarme en las múltiples bofetadas de mi quehacer diario.

El maratón, como la vida, es un cúmulo de circunstancias y de detalles, algunos muy pequeños, de cuya combinación resulta un éxito o un fracaso, separados muy frecuentemente por una pequeña línea apenas perceptible.

Eso mismo es lo que aquel día de abril del año 2010, a las 12 de la mañana aproximadamente ocurrió: el intenso calambre que me recorría los isquios de la pierna derecha y que me obligó a hincar la rodilla en pleno muro, el kilómetro 34, frente al Calderón (qué cosas, cual pupas), fue el inevitable resultado de un cúmulo de circunstancias negativas y malas decisiones .

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No sé todavía, por qué y cómo decidí o conseguí transformar aquélla honorosa retirada por lesión en mi debut, por un simple y sufrido hasta la extenuación “cruzar de línea de meta”. No sé si esa fue la decisión correcta o prudente, lo que sí sé, sin embargo, es que esos 8 interminables kilómetros en los que alternaba pesado trotar y cansino andar, desde el Manzanares hasta el Paseo de Coches del Retiro, son los que me hicieron sentir sencillamente invencible al cruzar hecho un guiñapo la línea de meta. Inexplicable.

Me gusta cerrar los ojos y saborear el momento de entrar en el Retiro por la Calle de Alcalá, repasar lentamente mi cansino correr impulsado por los acordes de la banda sonora del Último Mohicano por el Paseo de Coches, levantar la mirada una vez más y ver en algún lugar del público a mi mujer Ana y a mi hijo Luis para recorrer con él los últimos metros de suplicio. Cruzar así la línea de meta es un cócktail de sensaciones difícil de plasmar por escrito: dolor, emoción y, sobre todo, una profunda sensación de felicidad y superación.

Hoy tengo la certeza de que si no hubiera tomado aquella decisión, la de olvidarme de mi orgullo y entregarme a un interminable rato de penurias físicas para arrastrarme literalmente hasta la línea de meta, engañando metro a metro a la cabeza que sabia y prudente repetía su mensaje de honrosa retirada, muy probablemente me habría privado de uno de los momentos más bonitos de mi vida. De esos que guardas en un rinconcito, a modo de tesoro.

Esa es la belleza del maratón, ese es su veneno y ahí reside su sencilla épica popular: en la posibilidad de exponerte a situaciones, sensaciones y vivencias que sólo son eso, pero lo son, y que de otra manera no exploras y ni siquiera atisbas su existencia.

Dicho lo anterior…, cada vez que suena el despertador a las 6.30 de la mañana un día de maratón, antes de empezar el ritual del guerrero y después de 4 espartanos meses de todo tipo de esfuerzos personales y privaciones, me sigo preguntando con boca seca y pastosa y con la cara apoyada en las manos frías y sudorosas, propias de quién sabe sin el mínimo atisbo de duda que el sufrimiento le espera a la vuelta de la esquina, inexorable y seguro…

¿Por qué? (entónese correctamente)

Porque…. Señorío es morir en el campo, alcanzo a farfullar lacónicamente.

Pues eso, Maratón, historia de vida.

Luis Cazorla

@LuisCazorlaGS

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