Cuento de mago, castillos y princesas

Erase una vez una princesa en un país perfecto, con unos reyes perfectos, en donde sus súbditos los amaban y vivían todos en armonía y paz.

En este país perfecto, donde todos vivían felices y comían perdices, una vez llego un mago. El mago iba con camisa blanca, caminando con una vara de un árbol desconocido hasta entonces. El mago llego al castillo:

castillo

-¡A del castillo!, gritó, a la puerta del mismo.

-Quo vadis?

-Voy, que no vengo, a salvaros.

El mago, alzó su mirada penetrante, oscura, su pelo largo, lacio, barbita que descubría su insultante juventud.

-Entre, mi señor; dijo el buen hombre vigilante.

– De la tierra de donde vengo no hay señores sino libertad, replicó el mago.

-¿Quién vive en el castillo?

-En el castillo viven los reyes y la princesa. Garantes de nuestra felicidad más absoluta.

-Interesante, replicó el mago.

-¿Puedo presentarle mis respetos y agradecerles su hospitalidad?

-Déjeme ver que pregunto, mi señor.

-Pues pregunte pero no me llame señor que me siento oprimido en mi condición de mago con vara.

Esta conversación la escucho el rarito del pueblo. En todos los pueblos hay un raro, inquietante y peligroso vecino o vecina; cuya naturaleza humana, por simple estadística, es malvada.

-Oiga, buen hombre dijo el rarito.

-Si, dígame, rarito del pueblo. Dijo el mago.

-No he podido evitar escuchar esas palabras tan interesantes. ¿Qué es eso que dice usted de la libertad? ¿Es igual que la felicidad?

-No, no. Respondió el mago, de largo pelo y camisa blanca. La felicidad es una emoción que se produce en la persona cuando cree haber alcanzado una meta deseada. La felicidad suele ir aparejada a una condición interna o subjetiva de satisfacción y alegría. O al menos eso dice la fuente de sabiduría de donde yo vengo. Y la libertad es la capacidad de la conciencia para pensar y obrar según la propia voluntad de la persona pero en sujeción a un orden o regulación más elevados.

-¿Entonces me dice que aunque yo crea que soy feliz puede ser que no lo sea?

-Si.

¿Entonces me dice que para ser libre debo pensar según a lo que me dicen?

-Si.

-Dígame entonces, buen mago, ¿quién debe regular lo que debo pensar?

-Tus reyes.

-Pero, pero, pero si mis reyes nunca nos dicen ni ordenan lo que debo pensar (dijo estupefacto)

– Pues tus reyes lo están haciendo muy mal. Para que tu seas libre deben decirte lo que puedes pensar y obrar. Replicó el buen mago.

Entonces apareció el guardián del castillo para decirle al mago que los reyes lo recibirían y lo invitarían a cenar y a descansar.

-Pase usted buen mago.

-Muchas gracias, caballero.

Una vez dentro del castillo, la amabilidad del mago se fue tornando en aspereza. Un cambio poco pronunciado que se daba a cada paso que se acercaba a la sala del trono. Como si la sala del trono estuviera embrujada a través de un malvado hechizo.

Llegó a la sala del trono. No era una sala del trono como se cuentan en los libros. Era una sala no muy pequeña pero tampoco muy grande. Era fría pero con una chimenea. Allí había mucha gente. No había tronos sino una mesa grande donde se sentaba quien quisiera, con total libertad.

-Buenas noches, majestad.

-Buenas noches, buen mago. Agradecemos que haya aceptado nuestra invitación a cenar y reponer fuerzas antes de seguir su camino y a contarnos algo de los confines más allá de nuestro reino. No es que haya mucho a la mesa. Lo hemos pasado muy mal en estos últimos años de sequía. ¿Bueno, que nos cuenta? ¿Qué pasa en el mundo?

El mago, asombrado de la sencillez, respondió:

-Poco puedo contar majestad. Vengo de un reino en donde no hay rey sino donde los ciudadanos se organizan libremente. Vengo de un reino en donde los gobernantes dan de comer al pueblo y no hay una persona más rica que otra, vengo de un pueblo en donde todos somos iguales.

-Parece un buen lugar donde vivir y muy razonable lo que dices, mago.

-Razonable es mi apellido, dijo el mago.

-¿Pero y los reyes? ¿No hay?

-No, les cortamos la cabeza.

– ¿y por qué? Dijo alarmado el rey.

-Porque gobernaban haciendo lo que ellos querían, respondió el mago.

El rey, muy asustado, con la voz temblorosa, le preguntó:

  • y, y, y, y ¿cómo gestionan la libertad de ese pueblo de donde venís si no hay rey?

El mago respondió:

Es fácil. Mando yo y ahora estoy dentro de tu castillo.

Mago

@luisabeledo

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