«En un lugar de la Mancha…»

Están Uds. de suerte. Hoy vamos a hacer desfilar por El Calzador a grandes genios de la literatura. Las razones de este ejercicio de excelencia son dos. La primera que el becario de El Calzador, como buen becario de hoy en día, en vez de ser el más entregado, de repente te pide que le cambies el día de publicación porque se va a Londres. Ni siquiera intenta disculparse. Está claro que entre Londres y El Calzador, la elección es obvia pero por lo menos guardar algo de disimulo. Así que Teira está en Londres y yo escribiendo esto apresuradamente.

La segunda de las razones es que hacía tiempo que me apetecía hacerlo, que créanme es la más poderosa de las razones. Algún intento en otros formatos ya he tenido pero justificándome en la premura de tiempo, voy a intentar regalarles algunos de los mejores inicios de novela de la historia de la literatura.

Y es que lo más complicado de escribir son esas primeras líneas. Ponerse delante de un folio en blanco y comenzar una historia es no sólo un ejercicio de heroicidad homérica sino que exige una precisión de cirujano. Como elijas mal esas primeras palabras, la historia no podrá ser buena. Veamos algunos de los mejores. Encontrarán por internet páginas y páginas con inicios de novelas. Busquen y elijan las suyas, yo empezaré con mis dos novelas preferidas.

Sin duda, la primera de ellas, y no sólo porque Dickens sea uno de mis autores predilectos, es el comienzo de “Historia de dos ciudades”. Si Uds. van a la presentación de El Calzador verán que son las palabras que utilizo como presentación.

resize_imageHistoria de dos ciudades, de Charles Dickens

Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo.”

Este comienzo es absolutamente brillante y a mi juicio refleja aquella época, pero refleja también esta, así como las venideras, porque con  un juego de opuestos de lo que nos habla verdaderamente, es de la cambiante, y por lo tanto maravillosa, condición humana.

Saltemos de continente y vayamosnos al realismo mágico que tanto ha barnizado para bien a los autores hispanos del último cuarto del siglo XX. Soslayemos la infinita retahíla de malos escritores amparados en esta corriente. Sin duda, es el tributo que debemos pagar por obras como “Cien años de soledad” cuyo inicio es magnífico.

Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”.

Ese “había de recordar” ha dado para discusiones y discusiones acerca de su corrección, significado, etc. En mi modesto entender precisamente esa expresión es la que le da especial brillantez y valor al comienzo. Cierto es que se repite más adelante: “Años después, en su lecho de agonía, Aureliano Segundo había de recordar la lluviosa tarde de junio en que entró en el dormitorio a conocer a su primer hijo.” En el fondo, lo que creo que subyace en esta formulación es la intención de Gabo de decirnos que recordar no era algo que Aureliano Buendía haría o querría hacer, sino que debía de hacer y con ello marcar que el destino de Aureliano, de toda la familia Buendía y de Macondo está determinado. Fatalmente determinado.

No todos los inicios son tan largos, algunos son muy breves pero que en su concisión encierran ya la promesa de una historia apasionante o un misterio por resolver. Pongo dos maravillosos ejemplos

Moby Dick, de Herman Melville

“Llamadme Ismael”

El narrador en tan solo dos palabras se presenta y nos hace partícipe de lo que va a ocurrir. Y no es baladí su nombre, Ismael que en hebreo significa Dios me escucha, en la lucha del capitán Ahab contra su demonio o demonios en forma de ballena blanca.

Rebeca, de Daphne de Maurier

 “Anoche soñé que volvía a Manderley”

¿Qué es Manderley? ¿Qué recuerda? ¿Por qué lo recuerda? ¿Por qué ese tono de miedo sostenido? No puede intrigarnos más ese comienzo que hace que queramos leer más y más hasta que todo se desentrañe.

Hay otros inicios que son devastadores por lo que de apatía y soledad conllevan. Recordar a Camus, en El extranjero y palpar la indiferencia y la pasividad de Mersault ante la pérdida de su madre nos anuncia como será el resto de la obra.

El extranjero, de Albert Camus

“Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: «Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias.» Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer.”

Y tenemos justo lo contrario. Ese libro que hoy en día sería censurado por una cantidad ingente de meapilas que no entienden que la ficción puede sobrepasar límites que la realidad no admite. Lolita, con ese comienzo carnal, que se paladea en la boca, tal y como el autor escribe y describe al pronunciar las sílabas de su nombre.

Lolita, de Vladimir Nabokov

“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Mi pecado, mi alma. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo-Li-Ta.”

Admítanme un consejo, lean ese comienzo en inglés y jueguen con su musicalidad.

111124-Memorias-de-AdrianoLlega el turno, y debemos ir acabando, de otra de mis novelas preferidas: Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar. E igual que les acabo de decir que lean el comienzo de Lolita en inglés, ahora les digo que pueden leer este libro en español. Si Marguerite Yourcenar escribió una maravillosa obra maestra, la traducción del francés que hizo Julio Cortázar, aún lo mejora, aunque pueda parecer una aberración. No es prosa es pura poesía.

Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar

Querido Marco:

He ido esta mañana a ver a mi médico Hermógenes, que acaba de regresar a la Villa después de un largo viaje por Asia. El examen debía hacerse en ayunas, habíamos convenido encontrarnos en las primeras horas del día. Me tendí sobre un lecho luego de despojarme del manto y la túnica. Te evito detalles que te resultarían tan desagradables como a mi mismo, y la descripción del cuerpo de un hombre que envejece y se prepara a morir de una hidropesía del corazón. Digamos solamente que tosí, respiré y contuve el aliento conforme a las indicaciones de Hermógenes, alarmado a pesar suyo por el rápido progreso de la enfermedad, y pronto a descargar el peso de la culpa en el joven Iollas, que me atendió durante su ausencia. Es difícil seguir siendo emperador ante un médico, y también es difícil guardar la calidad de hombre

¡Qué manera tan soberbia de comenzar igualando al gran emperador Adriano en un hombre más! Sabido es que la parca iguala a todos y que en ese momento no hay título, condición, honor o privilegio que nos exima de ese final y la Yourcenar lo cuenta con frases perfectas, redondas, bellas para describir lo feo y lo débil. Para anticiparnos que al final de la vida, cuando más débiles somos, más que en la niñez porque en la infancia escondemos un potencial latente y tenemos quien nos proteja, mantener la condición de hombre es un esfuerzo titánico.

Terminaremos con dos brillantes inicios más, uno que en realidad es el comienzo de una pesadilla, la metamorfosis de Gregorio Samsa y el otro un consejo del padre de Nick Carraway, antes de narrarnos como conoció a Gastby.

La metamorfosis, de Frank Kafka

Una mañana, al despertar de un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se encontró en la cama  transformado en insecto monstruoso.

El gran Gastby, de F. Scott Fitzgerlad

En mi primera infancia mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de darme vueltas. Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien -me dijo- ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas. No añadió más, pero ambos no hemos sido nunca muy comunicativos dentro de nuestra habitual reserva, por lo cual comprendí que, con sus palabras, quería decir mucho más. 

Hay muchas más. Muchísimas más, pero por razones obvias debemos terminar aquí, sin dejar de animarles a que busquen en internet muchos de ellos que, sin duda, tras leerlos, les animen a abordar la lectura de estas joyas de la literatura.

Emilio Gude

@Emiliogude

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